En cierto modo, la culpa de que la cultura Hip-Hop acabara de estallar en todo el mundo, la tienen estas películas ochenteras dedicadas al “Break Dance”. El cine siempre es el culpable de todo. Y yo que lo celebro. Así que en poco más de dos años, se llenaron las pantallas de películas que, dentro de su ficción, contaban historias acerca de miembros de ese colectivo que es el de los B. Boys. Por nombrar las más populares, solo entre 1984 y 1985 se estrenaron títulos como “Krush Groove”, mas al servicio de las emergentes estrellas raperas que de la cultura Hip-Hop, “Tres Gordos y un millonario”, más de lo mismo pero explotando el tirón cómico de los Fat Boys en una comedia pura, sin el Hip-Hop como “Leif Motiv”, “Beat Street” la autentica obra maestra de las “Pelis de raperos” que además ahonda dentro de la cultura Hip-Hop, y más que aprovecharse de la moda del “Break Dance” como hacían algunas de su coetáneas, lo que ofrecía era un retrato veraz de lo que ocurría en los barrios y en torno a estas disciplinas artísticas callejeras. Más oportunistas serían “Mensajeros a todo ritmo” con un Mario Van Peebles que después protagonizaría, la inédita en nuestras pantallas “Rappin´”, más centrada en el rap que en el “Break Dance”, y que no tendrían el éxito que si tuvieron las que voy a pasar a reseñar en estos días; no sin antes mencionar, que si el carácter de estas películas que ahora reseñaré es meramente explotativo, más aún lo era la ridiculísima “Body Rock” (“Exploitation” directo de la que nos ocupa) al servicio de un Lorenzo Lamasque nada tenía que ver con el Hip-Hop –en las demás mencionadas, en mayor o menor medida, sus protagonistas si que tenían que ver con el tema- y que aprendió a bailar Break Dance de la peor manera. Era la estrella más popular de todas las películas de “Break”, no obstante, ni de lejos, la estrella venció a los verdaderos bailarines callejeros.
Pero, sin duda, las películas del sub-género más famosas –que no las mejores ¡ojo! Para mí, la mejor sería “Beat Street”, verdadera competidora en la taquilla de la que nos ocupa-, serían las que osó producir la entrañable Cannon.
En este caso “Breakdance”, “Breakin´” en su versión original, fue un éxito sin precedentes en todo el mundo, incluido nuestro país, en el que, al igual que en el resto del mundo, el Break Dance se instauró con fuerza (al menos mientras duró la moda, repito, durante el 84 y el 85).
Sabedores de esto Menahen Golan y Yoran Globus, y siendo muy listos, rápidamente produjeron una película que se centrara en dicho baile, le colaron un argumento a lo “Flash Dance” que tira de espaldas, y ale, a recoger billetes a mansalva. Obviamente, el invento cuadró entre las juventudes de todo el planeta por lo que convirtieron 40 dólares en casi 40 millones.
Entonces, a nivel comercial, la cosa fue bien, pero la película no deja de ser un folletín melodramático y musical, que nos muestra –e incluso reivindica- un movimiento y una cultura sobre la cual, ni productores, ni guionistas, ni director, tenían la más mínima idea de que iba. Algo deberían saber sus étnicos protagonistas Adolfo Quiñones y Michael Chambers, que eran bailarines que dominaban este estilo, pero muy probablemente, ajenos a lo que era el Hip-Hop. Y si no lo eran, no les dejaron asesorar ni lo más mínimo.
En cualquier caso, de todas las “Break Movies” es la que conectó con un público masivo.
La peli cuenta como una bailarina de corte clasicote conoce a dos macarras que bailan Break, y fascinada por los movimientos, se mete de lleno en ese mundillo. La diferencia de clases, el amor que surge y el concurso de baile en el que, debido al carácter marginal del estilo que practican, les cuesta horrores ser admitidos, ponen el resto, dejando que suene la –magnífica- banda sonora con temas de lo que, en nuestro desconocimiento, por aquel entonces llamábamos “música break”.
Es una pastelada, pero en el reciente visionado, a pesar del babosismo y la vergüenza ajena imperante, la nostalgia y el puro entretenimiento, así como elementos fardones de la época que a día de hoy se tornan ridículos, vencen a todo lo otro, y se queda en una cosa absolutamente vivaracha y entrañable. Y eso está muy bien.
Durante aquel año, 1984, un rapero de Los Angeles de apenas 26 años, luchaba por hacerse un hueco en el mundo de la música con sus maquetas; una de ellas les pareció adecuada a los señores Golan y Globus y contrataron al muchacho para que cantara sus raps en el escenario, mientras nuestros personajes Turbina, Ozono y Special Kelly, se baten en duelo de Break con sus rivales directos, los “Electro Rock”. Este muchacho era nada menos que Ice – T, y ahí le tenemos, debutando en los dos medios que luego serían su sustento habitual; el rap y el cine. Verle rapear sobre el escenario, con los brazos en jarra y diciendo frases tan impropias de él (recordemos que es uno de los más violentos –y brillantes- gangsta rappers de la historia) como “Hip-Hop is a way of life”, resulta del todo entrañable. La película entera resulta entrañable.
Además de Quiñones y Chambers, que luego harían papelillos sin mayor importancia en películas menores, como a la infiltrada en el asunto tenemos a Lucinda Dickey, por supuesto, bailarina profesional, que venía de debutar como bailarina de relleno en aquella mierda tan grande que fue “Grease 2” y a la cual contrataron los Golan Globus para que fuera la heroína de “Breakdance”. Tambaleantes por el éxito de la película, inmediatamente después la metieron en un film en el que lucirse como actriz, sin que el baile se interpusiera de por medio y protagonizó algo tan poco adecuado para esta actriz como “Ninja III: La dominación”, para pasar a hacer la secuela de “Breakdance”, “Breakdance 2: Electric Boogaloo” para, olvidada del todo, pasar a hacer un papel en “Animadoras Asesinas” y nunca más volver a pasear palmito por película alguna.
Christopher McDonalds (“Terminagolf”, “Thelma & Lousie”) sería el mecenas que apuesta todo al negro (nunca mejor dicho) con estos “Breakdancers”.
Dirige el cotarro Joel Silverg, que luego repetiría el experimento con “Rappin’” sin tanto éxito, y con “Lambada, fuego en el cuerpo”. Y es que cuando la Cannon se fue a la quiebra, tanto Golan como Globus, fundaron sus nuevas compañías por separado, siendo esta de “Lambada, fuego en el cuerpo”, producida por la de Globus, mientras que a su vez, Menahen Golan, produjo con la suya “Lambada, el baile prohibido”. Pero ya en los noventa, la gente picaba menos con este tipo de patrañas.
De la secuela, les hablaré dentro de, espero, no demasiado,