Doce años. Doce fotos. Doce rostros de Ellan Coltrane |
Incontables son los acontecimientos históricos plasmados por el séptimo arte. Pero pocas son las películas que logran convertirse en verdaderos acontecimientos históricos. Pues bien, la bellísima (re)presentación de la vida que nos ha regalado Richard Linklater —limitarse a hablar de infancia sería infravalorar su envergadura— es innegablemente una de ellas. Boyhood (cuyo título original, 12 Years, se cambió a última hora para evitar confusiones con el 12 años de esclavitud de Steve McQueen) no es sólo un film único en su especie, sino un dinámico álbum fotográfico de valor incalculable. Tras un impresionante recorrido de críticas y laureles, esta obra maestra terminó quedándose a las puertas del Óscar a mejor película, pero lo cierto es que Boyhood está por encima de ello, pues, desde su estreno en el festival de Sundance el 19 de enero de 2014, ha traspasado el estatus de obra audiovisual para volverse una efeméride que perdurará eternamente como un retrato sin precedentes de la existencia humana.
El complejo personaje de Patricia Arquette nunca deja de evolucionar (pero tampoco de ser una madre) |
Por supuesto, la inigualable epopeya que tenemos ante nuestros ojos es fruto de la decisión del siempre arriesgado Richard Linklaterde rodar el film durante 39 días esparcidos a lo largo de doce años reales con los mismos intérpretes. Los detractores de Boyhoodclaman que su única fuerza reside en su modo de rodaje, pero eso es como afirmar que Interstellar (Christopher Nolan, 2014) no sería nada sin sus efectos especiales o que El gran hotel Budapest (Wes Anderson, 2014) perdería la gracia sin su diseño de producción. Las tres afirmaciones son tan ciertas como irreverentes, pues, partiendo de sus propias cartas, cada film confecciona un universo personal que debe evaluarse en su conjunto. Y Boyhoodhace uso del asombroso modo de producción para llenar de autenticidad las historias de la familia protagonista, con la que tardamos muy poco en identificarnos.
Innumerables asociaciones dieron a Boyhood los premios a mejor film, director y actriz secundaria |
Pero, ¿cuál es esa familia? Pues, al contrario de lo que muchos llegaron a pensar hasta reconocer a alguno de sus miembros, no es una familia real, sino una formada por cuatro intérpretes que, eso sí, aprendieron a quererse y respetarse conforme pasaban los años. Y es que ninguno se había enfrentado antes a un proyecto siquiera similar. Para el papel del divertido pero ausente padre, el tejano Linklater contó con “su vecino” Ethan Hawke, a quien une una relación amistosa y profesional que tiene su principal exponente en la maravillosa trilogía iniciada en 1995 con Antes del amanecer [sobre la que podéis leer más aquí], cuyo modo de rodaje guarda bastante relación con el de Boyhood (cada cinta de la saga se rodó nueve años después de la anterior, con la misma pareja protagonista: Hawke y la francesa Julie Delpy). El importantísimo papel de la abnegada madre acabó en manos de la relativamente desconocida Patricia Arquette, quien terminó obteniendo con pleno merecimiento el único Óscarrecibido por la cinta (además de innumerables galardones internacionales), momento que aprovechó para dar un acertado discurso feminista convertido rápidamente en tendencia mundial. Ambos intérpretes se enfrentaron en su día a la curiosa pregunta “¿qué harás durante los próximos doce años?” y respondieron con la debida valentía (aceptando, entre otros lances, que el mundo los viera envejecer ante sus ojos en sólo dos horas y media).
Hasta toparse con Boyhood, Ethan Hawke pensó que la trilogía de Antes de... sería lo más especial que haría |
Aún más importante era la elección de los dos hijos. Para la primogénita, Linklater tuvo claro desde el principio que contaría con su propia hija, Lorelei Linklater, lo que sin duda supondría un problema menos a la hora de organizar contratos de duración tan larga (prohibidos por ley a partir de los siete años); curiosamente, fue el único miembro del reparto que llegó a desear que su personaje muriera para apartarse del proyecto (aunque, por suerte, la idea rápidamente se esfumó de su cabeza). Para el papel del protagonista (llamado Mason), muchos chicos fueron entrevistados, pero Ellan Coltranefue seleccionado con rapidez por la marcada personalidad que irradiaba incluso a los siete años (apoyada por el carácter liberal y artístico de sus padres). Tanto su naturaleza como la de Lorelei probaron ser muy diferentes a las mostradas por sus personajes al principio de la cinta, lo que sin duda terminó influyendo en el desarrollo de la misma. Ver a ambos crecer —mutar— ante nuestros ojos es una experiencia única y maravillosa, un auténtico acto de fe en la magia del séptimo arte.
El amor es clave de Boyhood, pero la reflexión ocupa el lugar del manido romanticismo |
Y es que la clave de Boyhood radica en la fusión de su reparto con los personajes, a los que cada uno de ellos aportó sus propias experiencias (y las de las personas que los rodeaban) para dotarlos de características tan profundas como verosímiles que acentúan el carácter cuasi-documental de la obra. De hecho, aunque Linklater partía de una idea preconcebida (principalmente para la cándida introducción y la nostálgica —como no podía ser de otra manera— conclusión), el ingenioso cineasta fue rehaciendo el guion cada año en función del material rodado, adaptándolo a las circunstancias políticas y sociales que rodeaban a los personajes y al propio desarrollo personal de los intérpretes. Obviamente, las escenas relacionadas con la edición del sexto libro de Harry Potter o la elección de Barack Obama como presidente, por ejemplo, sólo podían planificarse sobre la marcha. A este respecto, resulta curiosa la conversación entre padre e hijo sobre la posibilidad de que se rodasen más películas de Star Wars, algo que resultaba tan incierto en su día como certero es ahora. No nos encontramos, por tanto, ante un guion al uso (lo que ha despertado pereza entre algunos espectadores), pero no por ello escasean los momentos de impacto, sensibilidad, melancolía y hasta absoluta hilaridad. Como la vida misma. Y es precisamente la procesión de momentos cotidianos lo que dota al final del film de una fuerza insuperable, siendo el último discurso de la madre un auténtico momento de inflexión que nos desgarra el corazón. Pues, en ese momento, los personajes ya han pasado a formar parte de nuestra familia. Y hemos aprendido a preocuparnos por ellos más de lo que hemos hecho nunca con personajes de ficción.
Boyhood nos invita a celebrar los momentos más importantes de la vida de sus protagonistas |
Pese a que Hawke, Arquette, Coltrane y Linklater conforman la indiscutible alma de Boyhood, el reparto se completa con innumerables intérpretes que, durante mayor o menor tiempo, forman parte de las vidas de los protagonistas. Algunos los —nos— acompañan durante dos o tres años seguidos y otros aparecen y desaparecen de forma discontinua, ayudando con su presencia (o falta de ella) a la credibilidad del relato. Tan emotiva es la reaparición de personajes a los que habíamos olvidado como triste resulta la desaparición de otros con los que habíamos llegado a conectar, pero lo cierto es que la continuidad de la vida es por completo volátil y así la plasma el film. Del mismo modo, el carácter pasajero de las modas queda de manifiesto en el constante uso de piezas musicalesdistintas (a menudo tarareadas o cantadas por los propios personajes), así como en la evolución del vestuario de Kari Perkins, que alterna estilismos más clásicos con otros más exagerados en función de la etapa que atraviesan los personajes. Por cierto, el director de fotografía inicial, Lee Daniel, se apartó del proyecto por motivos personales a mediados del mismo (algo comprensible, dada la extensión del mismo), dejando paso a su asistente, Shane Kelly, uno de los pocos miembros del equipo técnico que vivió la creación de la cinta prácticamente en su totalidad; os reto a encontrar el momento del enlace, pues, si algo ha logrado Linklater, es una laudable estética unificada a lo largo de los doce años.
El impresionante montaje de Boyhood ganó el premio Eddie del Sindicato de Montadores |
Y, hablando de continuidad, el montaje de la cinta, confeccionado por la habitual colaboradora de Linklater, Sandra Adair, resulta clave a la hora de plasmar el paso del tiempo sin necesidad de títulos o disoluciones. De hecho, el propio tiempoes un personaje más de la historia, a la que inunda de sorpresas y misterios. En una escena, Mason ve con lágrimas en los ojos cómo su padrastro le fuerza a cortarse su largo y sedoso pelo; en ese momento, el piropo de una compañera de clase vale mucho más que las palabras de su madre, quien lo consuela recordándole que volverá a crecer; pero, antes de que —dentro y fuera de la pantalla— nos demos cuenta, los meses han vuelto a transcurrir y el chico recorre las calles del barrio en bicicleta, con el viento ondeando sus renacidos cabellos. Pero no todos los cortes son tan axiomáticos: a veces, basta un momento del diálogo para informarnos sobre el tiempo transcurrido, así como de los cambios vividos. Lejos de plasmarse con detalle, las relaciones de los protagonistas con los personajes que los rodean se reflejan con el carácter de un álbum de fotos incompleto en el que pasamos del noviazgo a la ruptura sin contemplar el proceso intermedio. En la vida, lo importante no es la meta, sino el camino, pero a veces basta un par de tramos para entenderlo: siempre es ahora mismo.
Richard Linklater abraza a Ellan Coltrane el último día de rodaje, tras doce años de maravilloso trabajo |
Por desgracia, la fragmentación del relato ha llevado a muchos a ver Boyhood como un film carente de finalidad o sentido en el que Linklater se limita a filmar la realidad sin visión de conjunto, siendo la anécdota de los doce años el único aliciente. Nada más lejos de la realidad: el modo de rodaje no es en absoluto la meta, sino el camino. Y, paso a paso, nace la magia de una historia que logra plasmar la cotidianidad de la vida humana con naturalidad sin olvidarse por ello del ingenio y la trascendencia. Porque Mason se aparta del carácter irreverente de la mayoría de adolescentes para asumir una perspectiva de la vida que ya oteamos desde las primeras escenas gracias a la maravillosa mirada con que el chico asimila la realidad que lo rodea, desde los fracasos sentimentales de su madre hasta los comentarios banales de sus compañeros de clase. Cargado de un fuerte espíritu crítico y nostálgico, Mason crece buscando el sentido de la existencia y, aunque al despedirnos de él a los dieciocho años está lejos de haberlo encontrado, hay una madurez en su modo de contemplar el mundo sólo alcanzada tras los doce años de evolución; con la hermosa melodía del “Hero” de Family of the Year en la cabeza, resulta difícil no emocionarse ante el reflexivo adulto en que se ha convertido el adorable infante que conocimos hace un par de horas. Y no sólo eso: al término de Boyhood, mantenemos las mismas dudas vitales del principio, pero somos conscientes de que la incertidumbre que a menudo nos invade no nos convierte en absoluto en extraños. Y así, aprendemos a sentirnos un poco menos solos.