Después de la entretenida The Imitation Game, esperaba otro film biográfico británico al que la falta de innovación y credibilidad histórica impidiesen brillar con fuerza. Y, si bien no me encontré ante un desenfreno de emociones, sí disfruté de una historia real maravillosamente bien contada que resultó tener mucho más que ofrecer de lo que las apariencias auguraban.
James Marsh dirige la alegre escena inicial de La teoría del todo, que augura la vitalidad de la obra |
El interés del escritor y guionista Anthony McCartenpor la figura de Hawking data de 1988, cuando leyó su obra Breve historia del tiempo. Por tanto, cuando leyó la biografía de Jane Wilde Hawing, exmujer del cientifíco, en 2004, decidió embarcarse en la adaptación cinematográfica de la misma sin garantía alguna. Tras múltiples borradores para los que se reunió a menudo con la propia Jane, su guion recibió la atención de la productora Lisa Bruce, quien le ayudó a conseguir los derechos. Fue así como el film pasó a manos de Working Title, quizá la productora británica más prolífica del momento. Finalmente, James Marsh, ganador del Óscar a mejor documental por Man on Wire (2008), fue elegido como director de la cinta, decisión perfecta para mantener el carácter realista de la misma. De hecho, desde el principio se buscó proteger fielmente la realidad, para lo que se tomaron imágenes de archivo como base y se realizó un exhaustivo proceso de documentación. Y, si bien el resultado es, en ocasiones, ligeramente repetitivo debido a nuestro conocimiento de la historia original y el momentáneo estancamiento de la misma, rara vez pierde el guion nuestra atención y empatía.
La obra se basa en la biografía de Jane Wilde Hawking, con lo que Felicity Jones se gana nuestra empatía |
Clave de esto último es la sorprendente pareja protagonista. El papel de Hawking fue a parar a Eddie Redmayne, popular gracias a protagónicos pero insustanciales papeles en Mi semana con Marilyn (Simon Curtis, 2011) y Los miserables (Tom Hopper, 2012). El joven actor británico trabajó duro para dar un necesario giro a su carrera, perdiendo siete kilos, entrenando durante cuatro meses con una bailarina para aprender a controlar su cuerpo y pasando horas y horas frente al espejo ensayando posturas imposibles, algo que le terminó suponiendo una alteración en la alineación de la columna. Pero el esfuerzo valió la pena, pues su transformación en el famoso astrofísico es impresionante y acaba de ser reconocida con un Globo de Oro a mejor actor dramático por encima de su compatriota y amigo Benedict Cumberbatch (por la mencionada The Imitation Game), quien precisamente encarnó al científico en el telefilm Hawking (Philip Martin, 2004). Su pareja en pantalla, Felicity Jones, no se queda atrás: quizá su sutil papel no sea tan agradecido, pero no por ello es menos complicado, y la joven actriz de Cómo locos (Drake Doremus, 2011) y La mujer invisible (Ralph Fiennes, 2013) lo encarna con la misma determinación con que la auténtica Jane Hawking lidió con la dura enfermedad degenerativa de su marido. Tanto Redmayne como Jones recibieron los consejos de los Hawking, llegando Stephen a ceder su propia voz electrónica, así como elementos originales de atrezzo como su Medalla de la Libertad y su tesis firmada, como muestra de su satisfacción con la obra.
Charlie Cox, David Thewlis y la siempre efectiva Emily Watson aportan buen aporte secundario, conscientes de que los laureles corresponde a Redmayne y Jones, quienes suman dos de las cinco merecidas nominaciones a los Oscars de La teoría del todo (las otras tres corresponden a los apartados de película, guion adaptado y banda sonora original). Esta última, bellamente compuesta por el islandés Jóhan Jóhansson (recién galardonado con el segundo Globo de Oro recogido por la cinta) y grabada en Abbey Road, será la mayor baza del film la noche del 22 de febrero. La emotiva orquestación acústica es el perfecto envoltorio de la obra, cuyos exteriores fueron rodados en los apacibles rincones de Cambridge, donde Hawking recibió su formación (y, curiosamente, Redmayne también). El ambiente universitario juega un importante papel durante las primeras escenas, aunque es pronto dejado de lado a favor del hogar de los Hawking, donde Stephen y Jane aprenden a afrontar los reveses de la vida y mantenerse fieles el uno a otro, incluso iniciando una familia; ahí es donde la cinta se convierte en una hermosa reflexión sobre los regalos y sacrificios del matrimonio. Todo ello contrasta fuertemente con las realistas pero erróneas palabras del médico que afirmó que Stephen Hawking sólo viviría dos años más tras diagnosticarle una terrible enfermedad motoneuronal relacionada con la esclerosis lateral amiotrófica (ELA).
De hecho, toda la vida del famoso científico es un auténtico milagro que el film se esfuerza en retratar sin olvidar por ello su carácter ateo, derivado de sus interesantes investigaciones. Aunque ya no son pareja, a día de hoy Stephen y Jane siguen siendo amigos, y ambos recibieron la película con gran entusiasmo, alabando especialmente el trabajo de los dos protagonistas, en cuyos gestos y formas de expresarse se sintieron completamente reflejados. Famosa es ya la anécdota de que, durante el visionado del film en el Festival de Toronto(donde tuvo lugar el estreno oficial), una enfermera hubo de limpiar una lágrima de la mejilla de Hawking. Ni fue la primera ni desde luego la última lágrima derramada ante una cinta que ha sido capaz de alejarse del mero carácter biográfico para convertirse en un poderoso canto sobre la fuerza del amor y la necesidad de sacar el máximo partido a esta vida, ya que, con alta probabilidad científica, será la única que tengamos.